Me salva el silencio, con, la rendición del ego
Donde solemnemente
a ese infinito Tiempo, me entrego
Y me siento tan feliz
Porque, en
un segundo, se derrumban
Las hazañas predichas, de lo que creo…
Me doy cuenta
Que el hombre
No nació para ser más grande, que otro hombre
Que el poder, no existe
Ni para servir, ni obtener
Un lugar que regodee, de los más exóticos
Placeres
Para detentar, la fuerza de un alma, sobre la otra
Y salirse del cero abierto
que construye habitac, para condensar las penas
la alegría,
la rabia, la condena y, la ironía, del placer
Ningún hombre, aunque, grandioso
Podrá ser Rey
Porque nacidos y traídos, desde el mismo pozo
Por creerse grande, Habrá de caer
Salvo, que, sin predecir la altura
Que embarga, la implacable duda
Se desenvuelva e ilumine, su propio papel
Pero, no
tema a prescindir, de el
Y al alma limpie
Con cada nueva e iluminada idea
Sintiéndose, como una nueva enredadera
De, su
propia piel
El trepar, que lleva al cielo
Que encumbra, lo que desea
Sin resistirse a la única manera
De Ser
perfecto, en su infinito, Absolutamente Fiel…
María Verónica
Garcia